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EL EVANGELIO DE CRISTO SEGÚN SANPABLO

PARTE MORAL

32

Los fuertes y los débiles en la fe

 

La Moral es una dimensión del Ser y en cuanto tal genera en la consciencia del ente espiritual, es decir, del ser inteligente modelado a la Imagen y Semejanza Divina, una fuerza, un valor, una actitud de confianza en el YO, comportamiento ontológico del que se deriva una perfección de todos los principios intelectuales sobre los que se basa el comportamiento del hombre frente a sí mismo y sus semejantes. Por eso decimos muchas veces de alguien que tiene una moral como una catedral de grande. Los fundamentos morales del espíritu, en este orden, son la savia que alimenta el árbol de la consciencia, dotando así al ser de las fuerzas que requiere el crecimiento de su YO en el espíritu del Bien a cuya Imagen y Semejanza fue el Ser creado en el Hombre. Pero como ya se ve y se deduce de la propia estructura del Género Humano, la infinita complejidad de la Inteligencia se revela y la descubrimos en la multiforme necesidad que todos tenemos de todos, y aunque en Dios el YO lo tenga todo no es menos cierto que en cuanto Individuo cada uno de nosotros está tan íntimamente ligado a todos los demás que concebir nuestra existencia aislada del Género Humano es un pensamiento sin futuro en ninguna consciencia humana. Únicamente en Dios podemos concebir nuestra existencia como completa, perfecta y ajena a cualquier necesidad de nadie y nada. Ahora bien, vemos que este mismo Dios y Padre nuestro ha querido preservar el Orden de la Vida en su más profunda y extensa manifestación a fin de que la propia Necesidad Vital sea la argamasa que hace de todos los hombres un sólo Hombre, cuya Cabeza, y aquí es donde está la Gracia, es Jesucristo, nuestro Rey y Señor, en cuyas manos ha puesto su Dios y Padre de toda Vida la existencia de todos los seres inteligentes, amadores del Bien, hijos de la Libertad y la Verdad, discípulos de la Justicia y toda Paz, aspirantes sempiternos a la Omnisciencia que procede de la Sabiduría Divina, en cuyas manos toda ciencia, las conocidas y por conocer, crecen como un Árbol cuya copa toca el infinito y cuya raíz se hunde en la propia eternidad. Vana es, pues, la omnipotencia de aquella Razón que hiciera de la Duda su sinequanon y pretendiera hacer de la Ciencia una ideología antidivina ajena a la Moral innata que, formando parte de la estructura ontológica del Ser, es el suelo en el que el YO echa sus raíces en el espíritu del Bien, que es el espíritu de inteligencia, que se manifestó en Cristo a fin de que dirijamos los pasos de nuestro pensamiento a la fuente luminosa de la que procede toda evolución: La Omnisciencia Divina. Será pues desde esta plataforma Moral de valor eterno, perfecta e inmutable a la manera que la necesidad así lo demanda en la Roca que ha de sostener con su solidez el edificio a construir, que la Unidad de todos en el Ser sea nuestro Deber y nuestra Fuerza, con la que, despreciando hasta el infinito la ideología malvada y perversa que ha dispuesto que la Igualdad del Ser sea una farsa y del Fuerte ha hecho su elegido, oh Darwin-Hitler, nos ha dividido en dos clases de entes, fuertes y débiles, cuando el hecho es que la Fuerza del Ser no procede de la Naturaleza sino de la confusión creada a partir del dilema de los siglos, y que los sabios de la Guerra, vestidos una vez de druidas, otra de magos, y ayer mismo y hasta hoy de científicos, quisieron usar como hacha asesina, a saber, existiendo el Mal y siendo Dios el Bien cómo es posible que exista el primero, bla bla bla. La humildad que procede de la Inteligencia no quita la fortaleza que procede de la contemplación del Mal y se alza para abatir la ciencia del infierno. Nuestro Deber Cristiano no es, por tanto, para con quienes en su Fortaleza se asemejan a nosotros sino para quienes en su debilidad intelectual y de espíritu se han dejado confundir por el dilema del Diablo, dejado atrás ahora mismo. Las palabras del Espíritu Santo en Pablo expresan lo que Dios en persona vive, porque de otro modo no nos hubiera socorrido haciéndose hombre en su Hijo, y, de seguir el consejo de los sabios del demonio, hubiera debido socorrer a Satanás y habernos abandonado al Infierno a nosotros. Nosotros somos el mejor testigo sobre la Verdad. Nuestra fuerza es para quien aún cree que hay dilema.

 

Acoged al flaco en la fe, sin entrar en disputas de opiniones.

Arrojados al infierno del conocimiento de la Ciencia del Bien y del Mal, no como quien conoce en hipótesis sino como quien la aprende a golpes y a fuerza de ver arrasada su alma, si es cierto que lo que no mata fortalece y que el que sobrevive a los golpes se hace más fuerte, de la manera que un hueso roto se recompone para ser doblemente más sólido, justamente de esta manera, porque era inevitable que el Juicio Divino abortase en el seno de la Ley, causando su corrupción un agujero negro en el reino de la Justicia eterna, y ya obligados a asistir a la Universidad de la Vida en el medio del país de las tinieblas, gobernado por la Muerte, quiso Dios hacernos más fuertes y redoblar la fuerza moral de nuestro Ser a la manera dicha arriba. El conocimiento de esta verdad es la base de la fuerza que hace más fuerte, y no dejarse aplastar por el golpe que procede de la Muerte la raiz de la fortalece que vence y hace de todos nosotros supervivientes al Infierno en el que fuimos arrojados porque, sin saber lo que hacíamos, creímos que conociendo el Mal y el Bien seríamos como Dios. Qué no daría yo, oh Dios, por no haber conocido jamás esta Ciencia maldita. Pero dejemos las lamentaciones y volvamos a mirarnos los unos a los otros a los ojos. Somos los Cristianos, somos lo mejor y lo más hermoso que luce al sol ante los ojos de Aquel que tiene el Poder para hacer de todas las cosas lo que mejor quiera. Somos el futuro de toda criatura inteligente, somos los hijos de Dios por los que la Tierra y los Cielos se unieron en abrazo perfecto desde el principio de los tiempos. La debilidad de todo pensamiento procede de la Duda, y la Duda es el fruto de la Muerte. Dios es el padre de toda Ciencia bajo cuyos principios y leyes se ordena la Creación y siguiendo cuyos caminos crece el Cosmos. Y no hay ciencia en el universo que no proceda de los principios y leyes a los que El ha conformado todas las cosas. Luego vino la Muerte; sí, es cierto, pero para hacer dudar al pensamiento sobre la verdadera naturaleza del Espíritu del Creador del Hombre. Y esa Duda, cuya máxima expresión de perversidad alcanzó categoría de Método, es la savia maligna que alimentó la desviación del pensamiento científico de la Ciencia de la Creación hacia el reino de la Ciencia de la Destrucción. El siglo XX fue su consecuencia, su obra visible más tremenda. Hemos sobrevivido no por nuestra fuerza sino por el designio de quien en su día dijera: Hagamos al Hombre a nuestra Imagen y a nuestra Semejanza, es decir, indestructibles. Y luego se repitiera en su Voluntad, diciendo: Tu descendencia se apoderará de las puertas de sus enemigos. Somos los Cristianos y somos invencibles por el espíritu que se nos ha dado, espíritu de inteligencia y sabiduría, de entendimiento y fortaleza, consejo y temor de Yavé. Somos los hijos de Dios. ¿Quién se atreverá con nosotros sin cavar su propia tumba? El tiempo, como dice el Apóstol, se acaba. No hay tiempo ya para la Duda. El Universo es nuestro por Derecho Divino. Nuestra batalla no es contra los hombres sino contra la Muerte; dejemos que nos combatan mientras nosotros avanzamos hacia el Siglo que viene y ponemos todas las cosas a los pies de nuestro Rey, Padre y Señor.

 

Hay quien cree poder comer de todo; otro, flaco, tiene que contentarse con verduras.

 

La multiforme sustancia que derrama la esencia de la inteligencia de la Fe en nuestro Pueblo implica la diversidad de caracteres, pero no de valores morales, que son sempiternos y tienen en el espíritu del Bien su fuente. Cada uno de nosotros tiene su Origen en Aquel que dijo Yo soy el que soy, de cuyo carácter hemos heredado nosotros poder decir: Yo soy el que soy, y siendo cada uno un átomo de su consistencia, una rama del árbol de su existencia, cada YO tiene su propia naturaleza, y conocer cada cual cuál es esa, sin duda alguna, es el epicentro básico desde el que revolucionar nuestra propia conciencia a fin de poder mantenernos de pie ante nuestro Creador, que nos creó para correr a dos piernas a su encuentro y no para vivir de rodillas ni lejos ni asustados dándole la espalda. De nada tenemos que avergonzarnos y todas las razones del universo tenemos para alegrarnos por ser los que somos. Comamos lo que comamos, todos somos uno, el Hombre que creado a Imagen y Semejanza de su Creador llama Padre a Dios, y Dios, mirándole dice: Y tú eres mi hijo.

 

El que come no deprecie al que no come, y el que no come no juzgue al que come, porque Dios le acogió.

 

Nada es el momento, sino el hecho. Como en una carrera de relevos donde mientras unos corren otros aguardan su momento y otros descansan, pero la victoria es de todos, la Moral Cristiana implica una concentración del Ser en el Yo que tiene su parte en el Plan Universal de Salvación y corre por la pista de la Historia escribiendo con su Vida la línea que le corresponde. Nadie es insignificante. La insignificancia es para quien duda y no ve al Creador en su Creación, y anodadado por las magnitudes cae en el pozo suicida y homicida de la aniquilación del Ser. El espíritu de hijos de Dios que se nos ha dado y en el que hemos sido engendrados por la Sobrenaturaleza de nuestro Creador, que vimos en Acto aquí abajo en la Tierra, esa Sobrenaturaleza nos alza la cabeza y nos mantiene de pie cuando el terremoto sacude nuestra consciencia, y allá donde otros salen corriendo y se entregan a la Negación del Ser, justificando en la NO Existencia el comportamiento geocida y homicida que representan, nosotros caminamos sobre la carretera del infinito como quien tiene delante la eternidad. El Tiempo y el Espacio no nos asustan, es más, somos tiempo y espacio hecho carne, y sobre esta fusión Dios ha derramado su Espíritu. Nuestro desprecio es el desprecio que late en nuestra sangre contra quienes, diciendo ser sabios, minan el futuro de la Creación. Entre nosotros, los Cristianos, no puede haber sino comprensión y entendimiento, porque la Voluntad de Dios lo pide, y porque todos fuimos mantenidos en la Ignorancia a fin de que por los hechos la creación entera vea por qué odia Dios con tanta fuerza la Ciencia del Bien y del Mal.

 

¿Quién eres tú para juzgar al criado ajeno? Para su amo está en pie o cae, pero se mantendrá en pie, que poderoso es el Señor para sostenerle.

 

Ser Cristiano implica la Invencibilidad. No por la fuerza que procede de las armas, como se viera en nuestra Victoria sobre nuestros primeros enemigos a muerte, romanos y judíos, sino por Legado Divino. Somos Descendencia de Dios. La Confianza en nuestra Victoria es el elemento decisivo que nos hace surcar el mar de los siglos y, aunque en apariencia los maremotos y las tormentas apocalípticas anunciando la desaparición de nuestro Linaje de la faz de la Tierra hayan puesto en jaque nuestro futuro, la Historia, madre de todos los acontecimientos escritos, nos abraza con sus páginas de éxito y extiende a nuestros pies páginas en blanco para que escribamos en su cuerpo más éxitos. La goma de borrar no funciona en este libro. Es más, allá donde la sangre cristiana se derrama allí se llena el tintero de la Historia para escribir en sus páginas la ruina de nuestros enemigos. Basta abrir el libro de la Historia Universal para ver el fracaso de todos los movimientos anticristianos que se levantaron para exterminar nuestro Linaje Divino de la faz del mundo, y basta mirar alrededor para ver quiénes serán los próximos que se hundirán en el pozo del olvido y solo su memoria suicida quedará recogida para que le sirva de sabiduría a nuestros hijos, y sepan y comprendan que el Cristiano tiene por raíz de su Linaje a la Divinidad y su Futuro no tiene fin. El fin de todos los demás pueblos, en cambio, sí está escrito y a su tiempo se cumplirá el designio del Creador, que ha llamada en Cristo a todas las Naciones, y la que rehúse sea borrado de la faz de la Creación entera. De Dios, en efecto, es el Poder y el Juicio.

 

Hay quien distingue un día de otro y hay quien juzga iguales todos los días; cada uno proceda según su sentir.

 

Dejadme ahora que me personalice y diga que yo soy de los primeros. Cada día es un milagro, cada día es una aventura, cada día es un fragmento del camino de una vida, en este caso, la mía. Ahora bien, cada cual tiene su aplomo y su corazón para celebrar un día más que otro, sea el 24 de diciembre como el que sea. De esto, que parece tan tonto, los obispos de las primeras iglesias hicieron un muro de enemistad, llegando incluso a anatematizarse los unos a los otros en razón de ser este día o aquel otro cuando se debiera celebrar la Pasión o el Nacimiento, por ejemplo. Como si en su tontería Jesús naciera o muriera tantas veces como ellos quieran. Nada malo tiene celebrar un día más que otro si es asunto personal, el problema empieza cuando este asunto personal quiere imponerse bajo anatema a todos los que viven el día según su sentir. De donde se ve que si a un tonto se le permite llegar a ser obispo las iglesias, como rebaños que dirigidos por un pastor sin cerebro dirigiera las ovejas hacia el territorio de los lobos, sucumben al pecado y desobedecen el Mandato Divino sobre la Unidad Universal Cristiana. Y vemos, ahora todavía, cómo las propias iglesias siguen enemistándose por razones tan infantiles, por no decir ridículas, como si el bautismo debe hacerse con un chorrito de agua o ahogando al hombre en un río. Cualquiera diría que se tiene más o menos espíritu según se use más o menos agua; dicho conclusorio que debiera hacerle sentir vergüenza ajena a todo el que entra en semejante disputa.

 

El que distingue los días, por el Señor los distingue; y el que come, por el Señor come, dando gracias a Dios; y el que no come, por el Señor no come, dando gracias a Dios.

Esto procede de la transformación de la Fe en un poder personal, como si dijéramos que la esclavitud del cristiano al rito de un sacerdocio o pastoreo concreto viniese a ser una prueba del poder propio sobre el Cristiano. Sabemos con todo que el Cristiano no le debe obediencia a nadie sino a Jesucristo. Aquí en la Tierra como allí en el Cielo la Obediencia Universal es al Rey y sólo ante el Rey dobla sus rodillas toda criatura. De manera que si uno quiere comulgar con pan y vino y otro con pan y otro con el pensamiento, la libertad del cristiano está sobre la forma; pues Dios no mide a sus hijos por el número de ritos y sus manifestaciones sino por sus obras, sus pensamientos y sus palabras. Si tú quieres comulgar con pan y vino, hazlo; si tú con una hostia sencilla, hazlo; pero ni el pan ni el vino ni la hostia son algo, sino tus palabras, tus pensamientos y tus actos delante de Dios y de los hombres. Y el que discuta sobre estas cosas no sirve a Dios sino al Diablo.

 

Porque ninguno de nosotros para sí mismo vive y ninguno para sí mismo muere;

 

La vida del Cristiano, en verdad, no está enfocada hacia si mismo, sino hacia el prójimo. Es obvio que Jesucristo no vino a salvarse a si mismo, y siendo nuestro Modelo, engendrados en su Espíritu, no hay nada más grotesco que hacer de nuestra vida un camino de salvación personal, cuando por el hecho de Ser Linaje suyo tenemos la vida eterna, en la que, aun siendo mortales y estando sujetos a las cosas de la carne, se mueve nuestro pensamiento.

 

Pues si vivimos, para el Señor vivimos, y si morimos para el Señor morimos. En fin, sea que vivamos, sea que muramos, del Señor somos.

Su Imagen y Semejanza. Y en tanto que hijos de Dios y Discípulos suyo nuestra existencia es una extensión de la suya a la manera que la rama lo es del tronco, y el fruto de las ramas igualmente del tronco. De donde se ve que nuestros frutos son su fruto en nosotros. Nuestra vida en el mundo, a semejanza de la Suya, no tiene más objetivo que el prójimo. A la manera que El no vivió para sí sino para nosotros, su prójimo, una vez nacidos del Espíritu somos El en nosotros para el prójimo. Ved, pues, cuál es la grandeza de nuestro Linaje y por qué Dios nos ha dado la Invencibilidad. Grandeza que amputamos y mutilamos con nuestras disputas e Invencibilidad que encadenamos con nuestra división.

 

Que por esto murió Cristo y resucitó, para dominar sobre vivos y muertos.

 

Y lo contrario, que muriera para salvarse a si mismo, se ve que es un error tremendo. Tan grande como es el que limita este Dominio al desgajarse del tronco, en la voluntad, que no en el cuerpo, y despreciando a las demás ramas rompe con el espíritu que mueve al árbol de las iglesias entero en función de cuestiones de primacía o de ritos, mediante esta ruptura limitando el Movimiento Divino de Cristo, el Heredero Vivo del Dios Verdadero y Señor Universal de su Creación entera.

 

¿Y tú, cómo juzgas a tu hermano?, o ¿por qué desprecias a tu hermano? Pues todos hemos de comparecer ante el tribunal de Dios.

 

Todos, ciertamente, hemos desobedecido el Mandato de Unidad Universal. Unos rompiendo con los otros por causa de los pecados de éstos, como éstos haciendo que por sus pecados rompan aquéllos. Dios no dijo “todo reino en sí dividido no subsistirá”, como quien excluye de esta Verdad al que con su comportamiento provoca la ruptura de la Unidad; el Juicio se extiende a todo su Reino, por haber dividido el Cuerpo de las iglesias, enemistando a los cristianos entre ellos, causando que Cristo se encontrara en la situación del hombre que está tumbado en el suelo y no puede hacer nada sino ver cómo el mundo sigue su curso. Llamados todos ante el tribunal de Dios no es allí donde debemos acabar con nuestras diferencias sino que, sabios por la Inteligencia recibida, nos ganamos el Juez ante el que debemos presentarnos con la Unidad que procede de la Obediencia a su Voluntad cumplida, justificando su Gracia en nuestra Ignorancia y su Perdón en su Sabiduría.

 

Porque escrito está: “Vivo yo, dice el Señor, que a mí se doblará toda rodilla, y toda lengua rendirá homenaje a Dios”.

 

Dulce cosa es doblar las rodillas ante quien tanto nos amó que no perdonó a su Hijo Unigénito, al Hijo de sus entrañas, cuando quiso conquistar nuestra voluntad. El jamás nos abandonó, sino por el tiempo debido a la Necesidad Universal expuesta por la Caída. Ahora bien, ¿cómo doblará la rodilla nuestro prójimo si entre nosotros hay quien no lo hace no obedeciendo su Voluntad?

 

Por consiguiente, cada uno dará cuentas a Dios de sí.

 

Hijos y siervos de Dios que somos, es a su Voluntad a la que debemos Obediencia, y es de esta Obediencia o Desobediencia que cada uno de nosotros tendrá que responder ante el Señor de todas las iglesias. Quien Obedeció su Voluntad Unificadora para rendirle Homenaje con su Fidelidad; quien desobedeció para oír contra él sentencia. Pues como hemos dicho y sabemos siendo Imagen y Semejanza de Cristo nuestro deber es exclusivamente para con la Voluntad Divina, y desde ella y según nuestro comportamiento será medida nuestra Fidelidad a la Fe que nos hizo herederos de la Invencibilidad de los hijos de Dios.

 

No nos juzguemos, pues, ya más los unos a los otros y mirad sobre todo que no pongáis tropiezo o escándalo al hermano.

 

La Fe es sólo una y el árbol de la vida es igualmente sólo uno y todas las ramas forman parte de su cuerpo, cada una con su singularidad manifiesta, en la sabiduría presciente de ser alimentadas todas con la misma savia. Y sería absurdo y demoníaco si nos ponemos ya al filo del precipicio desde el que se ve el infierno, que una por no ver la savia que alimenta a otra le dijera la una a la otra que no pertenecen al mismo árbol. Siendo la Fe una sola, el Señor de todas las iglesias el mismo Jesús, y el Padre de todos los cristianos el mismo Cristo, en quien todos somos adoptados por Dios para disfrutar de la libertad de la gloria de sus hijos, siendo esto así es absurdo, como dije antes, que por un rito externo o por una celebración según el sentir, la desobediencia en la Ignorancia deviniera en Rebelión abierta contra la Voluntad Unificadora. Es de mutua responsabilidad doblar las rodillas ante el Dios de todos, dejar las disputas y el que quiera casarse que se case, el que quiera comulgar con pan y vino que comulgue, el que quiera celebrar Pentecostés en el verano que lo celebre. Todo esto es nada, y lo es todo la Palabra Profética del Mesías: “Tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber, estuve desnudo y no me vestisteis, en la cárcel y no me visitasteis, enfermo y no vinisteis a consolarme”. En lo demás, que cada cual haga según le dicte la conciencia, que siendo la Conciencia de todos alimentada por la Conciencia de quien es la Cabeza de todos, nada hará nadie que sea reprochable delante de Dios.

 

Yo sé y confío en el Señor Jesús que nada hay de suyo impuro; mas para el que juzga que algo es impuro, para ése lo es.

¿Y cómo podría ser impuro el Cuerpo de Cristo siendo Pura su Cabeza? También es cierto, el que esté limpio de pecado que tire la primera piedra. De donde se ve que siendo todas las iglesias ramas del mismo Árbol de la vida es imposible que una rama no sea cristiana y otra lo sea cristianísima. Si ganar gloria en un duelo medievalesco a ver quién tiene más fe es digno o indigno de un hijo de Dios, yo no lo sé; yo solo sé lo que he sido enseñado y de lo que he aprendido deduzco que la Fe es la misma en todos y en cada uno se manifiesta con una fuerza diferente en bien de la salvación de todos los que aún no han descubierto a Cristo en nuestra Fe. Y que nuestra división es causa de que este descubrimiento se halle lejos de quien debiera vivir ya en la Fe. No habiendo nada impuro en La Fe de Cristo, nuestra Fe, es imposible que todo El no sea puro a no ser que alguien venga del Infierno, cosa que, como se ve, es imposible teniendo en cuenta que la Semilla del Diablo no puede dar frutos de cristiano.

 

Si por tu comida tu hermano se entristece, ya no andas en caridad. Que no se pierda por tu comida aquél por quien Cristo murió.

 

La responsabilidad es universal y le afecta a todos, pero al fuerte principalmente. Porque si en el mundo el fuerte debe aplastar al débil, dominarlo y sacrificarlo a sus intereses, en el Reino de Cristo el Fuerte es quien debe ceder el paso, conceder a fin de que quien por su naturaleza espiritual es más débil se encuentre a sus anchas, no alzar la voz como quien pretende alzarse como trueno del Omnipotente. Porque ni ritos, ni dogmas, ni tradiciones, ni iglesias, ni comunidades justifica la dominación del cristiano sobre el cristiano. Quien recibe inteligencia al ciento por ciento como quien la recibe al treinta por ciento ninguno tiene nada propio, ambos son nada. El, quien da, Jesucristo, es Todo. Y lo que da lo da para el bien de todos y no para el ensalzamiento de la gloria del que recibe. Si pues a ti te ha dado Dios ciencia y a mí sabiduría nada somos nosotros sino el trabajo conjunto de esa ciencia y esa sabiduría en la búsqueda del Bien de todos. De manera que distribuyendo sus dones y poderes entre todos debemos ceder ante todos, porque no es menos el panadero que el ingeniero, sino que cuando Dios eligió a su Heredero entre nosotros, al Principio de los siglos, lo puso a labrar la tierra, el más humilde de todos los trabajos que conocemos porque no necesita de ninguna instrucción en ciencias y letras. Pues quería enseñarle Dios a su hijo que la gloria es Suya y el que la recibe no la recibe por méritos propios sino por disposición de su Omnisciencia Salvífica; y, desde luego, lo último que debe hacer un hijo de Dios es usar lo que recibe para aplastar a su prójimo. Tal fue la causa de la Caída. Burro, pues, el que vuelva a tropezar en la misma piedra. Si un hombre solo es sabio, dos lo son más, y millones forman un esbozo de la Omnisciencia de Dios. Esta Unidad de todos en uno es el Fin Metafísico desde el que Dios creó el Principio. Y lo contrario, que el orgullo del que recibe por lo que recibe se transforme en muro entre el hombre y Dios, es un delito.

 

No sea, pues, vuestra buena obra materia de maledicencia

 

No buscando la gloria propia como quien se ha dado a sí mismo o se ha hecho a sí mismo, negando con esta doctrina para genios que Dios haya dispuesto casa cosa a la par que afirmando que él, no la Naturaleza, ha conformado sus células y músculos. Ése, lo que tiene de genio se lo debe a la Naturaleza, ciertamente, lo que tiene de necio, en verdad, a sí mismo. Es, por tanto, delito, usar la Fe para glorificarse sobre aquéllos a los que se gana para Cristo.

 

Porque el reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, y paz, y gozo en el Espíritu Santo.

 

¿Por qué el mundo que juzga al cristiano, aunque sobrevivió a su muerte en el mundo cristiano, predica la comida y la bebida para el pueblo y se reserva la justicia y la paz, negándole la justicia y la paz al pueblo mientras lo emborracha y le embota los sentidos con comilonas enemigas de su salud? La bebida es un mal terrible y la comida, por exceso y vicio, otro mal causa de infinitos males del cuerpo. ¿Quien se propone conquistar grandes metas, y aún las más humildes, no se aleja de la bebida delirante y de la comida bruta para poner a punto su mente y su cuerpo? Cuanto más todo hijo y siervo de Dios está sujeto a este dominio sobre su mente y su cuerpo en razón de la meta que nos proponemos: La Salvación del Género Humano.

 

Pues el que en esto sirve a Cristo es grato a Dios y acepto a los hombres.

 

Pero algunos dicen: Es que Cristo comía y bebía. A lo que yo les respondo: Sí, y también hacía sus necesidades, y sudaba además la gota gorda. Pero esto no justifica que nuestros hijos tengan que seguir sujetos a las leyes del trabajo a las que El lo estuvo. De donde se entiende que la justificación es maligna y apta sólo para  necios. Lo que le conviene a todo hijo de Dios es el alejamiento de la bebida y el uso de la comida en función de la necesidad. El gozo del espíritu eterno que vive en nosotros se complace en la justicia y la paz y no en la satisfacción de unos instintos nacidos de la exposición milenaria de nuestra carne y nuestra sangre a los ardores de los vientos infernales. Mientras un hombre se emborracha una docena cae bajo las ruedas de la injusticia. Mientras un hombre come sin medida diez mueren de hambre. Si no es por la conciencia divina al menos por la humana.

 

Por tanto trabajemos por la paz y por nuestra mutua edificación.

No hay en este mundo obra ni fin ni empresa que supere esta meta, la Paz, la reconciliación en la fraternidad universal entre todas las naciones. Ahora bien, su consecución es el fruto de la perfección humana. De manera que como era imposible que un bárbaro entendiera de ciencias y un bruto de leyes, es del todo imposible que una sociedad alcance mediante la corrupción la meta de la paz. La sociedad está formada por aquéllos de quienes depende su perfección, nosotros. Así que empecemos perfeccionándonos a nosotros mismos para combatir la corrupción. Porque la corrupción es el peor enemigo de la convivencia social. Y allá donde la convivencia social es violenta se hallará ser la corrupción su foco. Comenzando por nuestra propia perfección ponemos la primera piedra sobre la que el Edificio de la Paz abrirá sus puertas a las generaciones que nos sucederán.

 

No destruyas por amor de la comida la obra de Dios. Todas las cosas son puras, pero es malo para el hombre comer escandalizando.

Dos son las razones que aconsejan la perfección de las costumbres de nuestro Yo social. La primera la dieron nuestros filósofos hace mucho tiempo: Mente sana en cuerpo sano, ley que hace corresponder los hábitos de nuestra vida diaria con la salud de la mente entendida en tanto que pensamiento. Y la segunda es de orden divino: Da de comer al hambriento. ¿Pero cómo voy a darle si como hasta reventar, de tal forma que ni los cerdos? Es bueno, pues, que las fiestas se queden para los muertos y para los vivos el paso a paso con el que Cristo hizo su camino.

 

Bueno es no comer carne, ni beber vino, ni hacer nada que en que tu hermano tropiece, o se escandalice o flaquee.

 

La individualidad, en efecto, es enemiga del YO en tanto en cuanto este YO se aparta del Ser y forma sociedad con su propia barriga. Que es una forma de hablar como otra cualquiera. Somos hijos de Dios ante todo pero seres sociales sobre todo. Nuestro YO no es un átomo perdido en un universo de moléculas sueltas flotando en los abismos de la inconsistencia del ente. Para nada. Cuando yo tiro un trozo de pan, un niño muere en alguna otra parte del mundo. Cada vez que abro una botella en alguna otra parte del mundo suena un juicio asesino contra un inocente. No por beber más que nadie soy el más fuerte ni por comer mejor y más que todos soy el más grande. A la postre, no soy más que un mal bicho. El vino se creó para apagar la voz de la conciencia contra los crímenes propios, pero la Fe es gozo; y la mesa, para convertir a los hombres en perros a los pies de los poderosos. El Alimento que Cristo tenía y da a los suyos no es pan ni vino, sino Espíritu y Vida eterna. Por esto decía antes que quien quiera celebrar la misa con vino y pan o con hostias benditas, o comerlas de la mano del sacerdote o de la suya propia, que cada cual haga lo que quiera, que ni lo uno ni lo otro es el Alimento con el que Dios alimenta a sus hijos.

 

La convicción que tú tienes guárdala para ti y para Dios. Dichoso el que a si mismo no tenga que reprocharse lo que siente.

 

Dios es, en primera y última instancia, quien modela el perfil de sus siervos y de sus hijos. Pero a diferencia de las cosas inanimadas y de las criaturas todas del universo, que obedecen el conjunto de leyes o instintos a que quedara sujeto su comportamiento por decreto natural, nosotros tenemos el Poder de mirarnos al espejo y remodelar esa figura según nuestro capricho, bien por impulso bien por ideología. Dentro de la evolución de cada uno de nosotros la experiencia propone pensamientos y razones que pertenecen al ámbito personal y son intransferibles. El delito comienza cuando esta experiencia se propone como transferencia universal obligatoria. De un lado. Y del otro, cuando se pretende divinizar esta experiencia, llegando al extremo de prenderle fuego al mundo, si es necesario, en razón de probar la superioridad del pensamiento propio.  La experiencia y su lección es cosa de cada capullo. Y siendo Dios quien a su tiempo abre la flor y expande su semilla, ¿siendo buena la raíz por qué iba a serlo malo el fruto?

 

El que, dudando, come, se condena, porque no obra según la fe; y todo lo que no viene de la fe es pecado.

 

Cerrando este tramo. Pregunto: ¿De verdad cree alguien que San Pablo estaba hablando de la comida que entra por la boca?

 

Los fuertes, debemos sobrellevar las flaquezas de los débiles, sin complacernos en nosotros mismos.

 

De siempre y más en este punto del camino de la Historia de la Salvación cuando las fuerzas humanas se han desbocado y galopan hacia el final consecuente con la ley: “Polvo eres y al polvo volverás”, referida al mundo entero, puesto que Adán era la Cabeza del Primer Hombre, que por esto dice San Pablo: el Primer Hombre fue alma viviente, el Último; espíritu vivificante. Y en otra parte: Jesús, prototipo de Adán, descubriéndonos por lo visible lo invisible, por lo presente lo pasado. De manera que, inevitable el recorrido, la unidad en el Último Hombre, en quien vive el Futuro, ha de ser más sólida que nunca, pues lo que hemos de ver no fue visto nunca antes y no volverá a verse después de nosotros.

 

Que cada uno cuide de complacer al prójimo para su bien, buscando su edificación;

 

El Mal y todo lo que representa están próximos a su destierro de la faz del Género Humano. Los fuertes en la Fe, aquéllos que vemos el futuro en la Promesa de vida eterna, debemos sostener el pulso y el paso de quienes no pueden comprender qué hay al otro lado de este siglo. Al otro lado existe un Mundo gobernado por la Sabiduría del Dios de la eternidad. Todos los males que arrastran al hombre a su destrucción y gobiernan su destino desde la Caída están próximos a regresar allá de donde vinieron, la boca de la Muerte. Todas las religiones y todas las sociedades secretas, todas las organizaciones cuyo origen es el mantenimiento del crimen y la delincuencia, están prestas a ser borradas de la faz de la Tierra, a fin de que el Hombre se enfrente a su destino cara a cara, sin presión ni fuerza externa que manipule su Libertad para tomar la Decisión Final: Justicia o Corrupción, Paz o Guerra con Dios, la Verdad o la Mentira, en una palabra: el Bien o el Mal.

 

que Cristo no buscó su propia complacencia, según está escrito: “Sobre mí cayeron los ultrajes de quienes me ultrajaban”.

 

Conociendo este Final, que venía implícito en su resurrección, el Hijo de Dios sufrió por nosotros el golpe maligno de este mundo destinado a desaparecer de la faz del Universo. Nos abrió camino para que nosotros le abramos camino a las generaciones que han de disfrutar de la Victoria de la Esperanza que Dios engendró al principio de los Milenios. El golpe final del mundo salido de la Muerte, y entrado en nuestro Género por la puerta de Adán, como el coletazo de la serpiente antes de expirar para siempre, ha de ser duro, pero no es menos cierto que pensando en este encuentro Dios nos ha hecho a la Imagen de su Hijo. Lo que tiene que ser, será.

 

Pues todo cuanto está escrito, para nuestra enseñanza fue escrito, a fin de que por la paciencia y por la consolación de las Escrituras estemos firmes en la esperanza.

 

¿Y qué Esperanza es ésa sino que el Género Humano, libre de las fuerzas malignas que se alzaron contra el Reino de Dios y convirtieron nuestro mundo en su campo de batalla, tenga la oportunidad de decidir en libertad y con pleno conocimiento de causa entre el Bien y el Mal, entre el Dios de la Creación y la Muerte de la Increación? Nuestra Fe, la Fe de los hijos de Dios, es que libre de esas fuerzas y conociendo la verdad sobre todas las cosas el ser humano dará su Sí a la Creación de Dios.

 

Que el Dios paciente y consolador os dé unánime sentir de unos para con otros en Cristo Jesús,

 

La Victoria de la Fe vive en la Esperanza y la Esperanza en Aquel que la concibió en su Omnisciencia los ojos puestos en la Bondad del ser humano, cuya maldad, fruto de la Caída, es una enfermedad pasajera ante Aquel que tiene el Poder de hacer que triunfe su Espíritu sobre la herencia carnal de los siglos.

 

para que unánimes, a una sola voz, glorifiquéis al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo.

 

El, Aquel contra quien se alzara la Muerte concibiendo en un hijo de Dios el Imperio del Pecado y del Crimen como estado perfecto de Gobierno del Universo, Ese Mismo Dios, que a Noé y por Abraham se reiteró en su promesa de vida eterna para la Humanidad en Cristo, es el Origen de la Esperanza Universal de Salvación en cuyo seno fuera concebido el Principio después del Fin que procede de la Inteligencia que dice Sí sin necesidad de sufrir el golpe. De una forma abstracta digamos que Adán necesitaba ver para creer que el Fin de todo Mundo y Civilización sujeto a la ley de la Ciencia del Bien y del Mal, esto es, a la ley de la selva, era la autodestrucción. Dios lo sabía por experiencia, pero ninguno de sus hijos podía comprender por qué teniendo a Dios habría de ser así. Esta necesidad impuso su estructura a los Milenios creando según su progreso dos bandos bien diferenciados, los que sin ver más comprenden que el Fin es el dictado, y los que creen que pueden escapar a ese Fin sin necesidad de abolir la ley de la ciencia del Bien y del Mal. Darle gloria a Dios es creer sin ver. Su palabra es verdad y es vida. Dios no miente. No le mintió a sus hijos: “Si coméis, moriréis”. Y en comiendo: “Polvo eres, y al polvo volverás”. La encrucijada en que se nos pone es clara: ver para creer o deduciendo de lo que hemos vivido hacer innecesario el desenlace y doblar las rodillas ante Dios y confesar la verdad. El es verídico, no mintió cuando le prohibió a sus hijos cualquier invocación a esa ley maldita como ley de civilización. Quien la hace su ley, muere.

 

Por lo cual acogeos mutuamente, según como Cristo nos acogió a nosotros para gloria de Dios.

 

La llamada es para todos los hombres sin excepción, y la responsabilidad de todos los cristianos y sus iglesias para que su conducta interna no sea ocasión de rechazo. Pues si por culpa de la división de las iglesias se pierden las almas por las que Cristo y sus hermanos en Dios derramaron su sangre, la sangre de esas almas le será reclamada a las iglesias, pues Dios no abole su ley: De la sangre del hombre os pediré cuentas.

 

Os digo que Cristo fue ministro de la circuncisión en honor de la veracidad de Dios para mantener firmes las promesas hechas a los padres,

 

Que tuvieron por núcleo la Revolución que fructificó en la Abolición del Imperio y de toda Corona, en el Cielo como en la Tierra, y el Nacimiento del Día de la Plenitud de las Naciones, cuando el Rey, en la plenitud de la gloria de su Libertad Todopoderosa, al frente de su Casa, había de combatir el Mal y dirigir las fuerzas de su Reino contra el último enemigo, la Muerte, liberando al ser humano de toda enfermedad y carencia. Consciente y porque esta Fe y Esperanza perdió en los hijos de Abraham brazos que la sostuvieran, Dios Eterno no perdonó a su Unigénito -por emplear el símil histórico puesto en escena en el Sacrificio de Isaac, Unigénito de Abraham- para que por Aquel quien es Dios de Dios, engendrado no creado, de la misma Naturaleza Todopoderosa y Sempiterna que el Padre, la Esperanza de los Padres de Israel encontrase la Fuerza Invencible de quien con su Palabra hizo brillar la Luz en las Tinieblas, liberando a la Tierra de la Confusión en que su Soledad y el Silencio de Dios la destinaron. Desde entonces esa Esperanza ha latido en el seno de la Fe, que es la Iglesia, en quien Cristo Jesús había de concebirle a Dios hijos de su Descendencia, herederos de las Promesas de los Padres, para en alas de la virtud del Espíritu de Dios seguir al Rey a la Victoria de Dios sobre el Imperio de la Muerte. Que así sea.

 

y mientras que los gentiles glorifican a Dios por su misericordia, según está escrito: “Por eso te alabaré entre los gentes y salmodiaré a tu nombre”.

 

Hijos y siervos de Dios, salid a ver la Luz que derrama sobre la Tierra este Nuevo Día. Lo que había de ser, ha sucedido; lo que ha de ser, está ya sucediendo. La Hora y el Día por el que la creación entera suspiró ha roto aguas y se oye la Voz de la Esperanza dando a conocer a todas las naciones el Conocimiento Verdadero de la Divinidad y su Voluntad Presente. Dejad la timidez entre las sábanas de la Noche de los milenios; a la guitarra, al piano, al oboe, a lo poeta y a lo lírico, con odas y cantos, que bailen las letras y las voces al son del Nuevo Día.

 

Y otra vez dice: “Regocijaos gentes con su pueblo”;

¡Cuánto tiempo, hermanos, ha estado esperando la creación entera este Día! El Día en que Dios se levantaría de su trono y no sujeto ya a más Ley que a la del Amor, desplegaría la plenitud de su potencia su Ser sobre nosotros, el pueblo abandonado a las tinieblas y ejemplo para el universo entero del continente al que conduce la ley prohibida por la eternidad: “El que coma, morirá”.

 

y de nuevo: “Alabad al Señor todas las gentes y ensalzadle los pueblos todos”.

 

Desde las distancias de los milenios, en Su Mente este Día, porque no podía contener en su pecho esta Hora, queriendo compartir Su Alegría, Dios le abrió Su pensamiento a Sus siervos, los profetas, para que se gozasen viendo el fin al que tendían todos los movimientos del Altísimo. Éramos una visión a lo lejos. Luego se hizo Promesa en el seno de la Iglesia. Y Hoy es ya un Hecho. Dios no abandonó jamás a sus hijos, sino que mirando al Fin de todas las cosas les pidió lo que de otro modo jamás de los jamases les pediría: Bajar la cabeza, cerrar la boca y poner el cuerpo en el fuego. Gloria a los héroes que conquistaron la Eternidad para nosotros. Y toda la Gloria y el Poder a Aquel que tejió sus vidas en el seno, pariendo Israel vencedores natos, conquistadores del Infinito.

 

Y otra vez dice Isaías: “Aparecerá la raíz de Jesé y el que se levanta para mandar a las naciones; en El esperarán las naciones”.

 

La espera ha concluido. La expectación ansiosa de la creación se ha satisfecho y la Aurora del Día de los hijos de Dios ha roto sobre el horizonte. A la cabeza va su Padre, Rey y Señor. Este es un gran día para la Humanidad, pero aún más lo es para el Cristianismo.

Que el Dios de la esperanza os llene de cumplida alegría y paz en la fe para que abundéis en esperanza por la virtud del Espíritu Santo.

 

 

33. EPILOGO